3.3.16

El anillo del librero




-El paraíso debe de ser algo muy parecido a ver esto.
 A estas alturas de la película, el librero se retuerce entre estanterías buscando el anillo imaginario del doctor Thomas Owen Mostyn Rowlands. Aquel que se elevaba en las alturas de Coachella, la ciudad de los sueños, buscando los sonidos infinitos; aquel que irradiaba el crepúsculo solar en medio de la batalla: también llamado El Anillo de Simons. Ficticio, ilusorio, mágico..., el librero, ensimismado, es impulsado por las voces que le guían hacia el gran tubo de la vida.
No acabo de encontrarlo completo” -dice- “pero si lo encuentro es lo más parecido al paraíso”, repite. El librero levanta los brazos gesticulando iconos. Aparta los libros apresuradamente tropezando entre las letras ce y ceache mientras la escalera que lo mantiene en pie comienza a ensayar posturas imposibles. De pronto, entre los manuales de arquitectura aparece la silueta de un personaje en blanco seguido de otros perfiles idénticos contoneándose al ritmo que marcan los vaivenes de la escalera. El librero me mira divertido mientras yo no alcanzo a ver nada racional. “Lo estoy consiguiendo” -suspira, dándome la espalda- “estoy llegando al edén”. 
De la fila cuatro, ya dedicada a la fotografía, caen dos grandes volúmenes de la Taschen salpicando polvos y pelusillas que vienen a derrumbarse en el suelo entre un gran estrépito. Increíblemente nadie en la librería ha oído nada, nadie a vuelto la cabeza ante el alboroto de los Taschen caídos. “Do it again” murmura para sus adentros el erudito empleado mientras ahora bambolea sus brazos hacia adelante como un bombo de lotería. Yo creo que está poseído o en otra dimensión o que ha tomado ración doble de cafeína mientras le aviso del peligroso contoneo de la escalera. Tampoco distingo ningún movimiento a su alrededor: “¡no veo nada!, le digo para entrar en su juego fantástico con idea de prevenirle del peligro de una caída desafortunada. “¡Ya están!” -grita alborozado- “¡han venido los payasos, me sonríen y me llaman!”. De una manera inverosímil, la escalera que le sostiene queda quieta de pronto y mi amigo el librero también detiene sus movimientos por arte de birlibirloque. Rígido y absolutamente hechizado contempla entonces Coachella, la ciudad de la luz, ahora encendida, y también a los venerables clowns con la sonrisa eterna y admira boquiabierto el pasillo formado por un gran circulo de anillos brillantes que conducen al infinito. Mi amigo el librero entusiasta y dicharachero me mira con la sonrisa congelada y vuelve a comentarme condescendiente: 
-El paraíso debe de ser algo muy parecido a esto.
 De pronto, y ante mi natural asombro, desaparece entre los libros de la ceache. La escalera de la librería ha quedado definitivamente quieta y vacía y yo me quedo petrificado. Mi amigo, Juan Valero, el librero dispuesto a todo, ha entrado en la historia por voluntad propia y ha sido admitido con todos los honores. No sé si seguir esperándole.

Escrito editado en la revista Yorick (febrero de 2016) en homenaje a Juan Valero