31.3.13

El Mundo Imaginario de Borja M. Cebrián

Blood by The Middle East on Grooveshark

Mientras el Domingo de Resurreción gastaba sus últimos petardos en las calles de la ciudad bajo la fina lluvia que soportaba  los clarines de la Salve Rociera, tradición popular albaceteña como se sabe, uno trataba de evitar el correcalles de los fieles camino del Museo Provincial en el mismo Altozano, donde allí, aún, en menor cantidad, esperaba el pueblo llano y religioso el paso de los Pekenikes y las imágenes sagradas. Los actuales políticos, defensores de la ignorancia (Enseñanza, Cultura...) se frotaban las manos ante el espectáculo callejero: “Nada como la ignorancia para asegurar la fe en los milagros y la reverencia hacia los terratenientes” (leía el otro día a A.Muñoz Molina). En esas imaginerías  iba yo pensando hasta terminar mis pasos en otra aún más extravagante, pero bastante más comprensiva, la de un creativo de la evocación y, porqué no decirlo también, de la denuncia: Borja M. Cebrián, antes conocido como El Guerrero del Antifaz.

Todo lo expuesto por Borja en el viejo ayuntamiento ahora, mañana,  es de una sutileza candorosa absolutamente sugerente, como compartida y vivida en otras épocas. Las nubes abiertas de par en par para que entren los claroscuros, o simple y llanamente, la luz; las viejas escenas del Mar Menor porque era la playa más cercana para las mayorías albaceteñas; el bostezo ante la cuarentena aburrida y el siempre eficaz sauce ante la vista. Parece como si Martínez Cebrián hubiera gastado su corta vida en la vigilancia de todo aquel proceso que nos ha llevado a más de uno a la madurez. Hasta los boxeadores que se golpean en competición como si eso hubiera existido alguna vez (Clay, Legrá, el Morrosko o Fred Galiana fueron vecinos de nuestros comedores tanto tiempo...). Los colores cálidos, a veces opacos, apastelados, tibios, nos introducen a menudo en aquellas vivencias de adolescente. A Borja aún le faltaba llegar cuando entonces pero, y de ahí su amplia dimensión: ¿cómo es que todas esas cosas le llegan tan nítidas, tan elocuentes?

Solo son pinturas unidas fugazmente a una circunstancia personal muy concreta, cuya intención es la construcción de mi propio recordatorio vital: devorar con la pintura el tiempo. (BMC en su catálogo)

Por si fuera poco lo ejecuta con todo tipo de artificios y técnicas, plumillas, óleos, acrílicos, estampados, como si cada obra fuera, y lo es, un impulso pasajero e independiente que le lleva hasta enfrentarse a Marine Le Pen, un decir, o a la mismísima tumba de, Wilhelm o Hermann, von Kaulbach (no estoy seguro cual de los dos, padre o hijo). Eso tiene que ser un flash que recibe. Un estimulo ocasional que refleja inmediatamente en una tela, papel, maderón o, como en los viejos tiempos, en un puto muro de hormigón. Eso es puro pop. Borja M. Cebrián ha dado por primera vez en la diana con esta muestra. Su inagotable compulsión artística va a conseguir que lo pasemos muy entretenidos los próximos años, incluso escuchando a dos palmos de tu casa la Salve Rociera.

27.3.13

John Lee Hooker y aquella historia





Como en esta vieja canción de Van Morrison publicada en 1964, cuando el voceras militaba en el grupo irlandés Them, John Lee Hooker reina una vez más en clave de blues. Y me hace inmensamente felíz cuando la recupero para el taller que preparo sobre el tema, sobre el tema del Blues. Y bendigo las participaciones de aquellos veteranos roedores que asumían el despojo con sus viejas cantinelas del despropósito. El mayor de todos: la crueldad de la alimaña vestida de seda. Recupero igualmente una y otra coplilla de encrucijadas, demonios, ferrocarriles y el viaje al infinito. Monk me pone las pilas en clave de Blue, mientras Clapton las toca todas. Hace cien años sólo estaban comenzado. Es hora de contarlo.

El Blues. Una Historia.
Desde el 15 al 25 de abril. 18,00 a 19,30h. (lunes a jueves)
Casa de Cultura José Saramago. Sala de conferencias.
Matricula: 10 €,  en Universidad Popular de Albacete

23.3.13

Bebo


Bebo



A Don Ramón Emilio Valdés Amaro se le olvidó la vida en esa excursión última a través de la peor de las enfermedades degenerativas. Así, sin más, se apagó y se llevó consigo toda la nostalgia acumulada de su islita, aquella del Caribe que vió la luz de su música, su piano, sus amigos y aquel mambo rumboso llamado La rareza del siglo. Luz delicada del extraño rincón, para un cubano, al que fue a parar: Suecia y los mares del norte. Cuando la vida se pone antojadiza se convierte en parodia y en Don Ramón Emilio Valdés todo fue una pantomima burlona. Como las caderas del Babbaro del Ritmo, Benny Moré, con quien disfrutó cuando todo era mucho más real y natural. Hijos, nietos y demás familia ya le perdieron hace muchos, demasiados años. Ahora lo perdió el mundo y uno se pregunta si eso es más importante.

11.3.13

Chucho reaparecen en Madrid




CHUCHO
Sala Joy Eslava. MADRID
JUEVES 11 DE ABRIL. 21,00h.

"Que nadie se entere de esto, el bosque guarda el secreto de nuestro proyecto de perro negro, negro de fuego de motor." (Motor de perro negro).
Esto lo cantaba Fernando Alfaro en una de las últimas canciones grabadas por Chucho en su primera vida. Parece una premonición de todo lo que está pasando estos días. Porque esta gente (además del propio Alfaro: Javier Fernández Milla, Juan Carlos Rodríguez, Miguel Gascón y Emilio Abengoza, el grupo en pleno) se llevan algo entre manos. Eso lo intuían quienes , en los últimos meses, han visto periódicamente publicados carteles de sendos perros extraviados, perros locos, perros excesivos, cada cartel con su foto y descripción y teléfono de contacto, y todos con el mismo encabezamiento: "CHUCHO PERDIDO".
"Cuando me busques ya no estaré ahí, seré un perro vagabundo predicando por el mundo mi profunda devoción hacia ti. Ay, pobrecito este perro, chucho perdido en el tiempo…" (El mundo en un segundo).
Un chucho perdido en el año 2005 que se reencuentra, que se recompone cuando, en un principio, Javi y Miguel ven crecer y crecer el gusanillo y se lo proponen a los demás. Sin mucha esperanza. Pero resultó que al parecer el perro ya había echado a andar por sí solo, y nadie dijo no al perro. Todos dijeron sí al perro. Eso fue hace nada, un par de meses, y ya lo tenemos en la carretera, corriendo a morder los escenarios de importantes salas y festivales. Pronto, en los mejores cines, como quien dice.
"Todo lo que pueda arder, tráemelo, yo sabré que hacer. Ramas secas, a la hoguera. Brujas secas, a la hoguera. Un artefacto de ramas secas." (Motor de perro negro).
Todo ardía, todo podía arder, las ideas al rojo vivo, las canciones también. Cuántas canciones, un perro revivido, escorado hacia el lado oscuro del bosque, más rock punk que nunca, incluso con material nuevo. Mucho material inflamable, y una hoguera ávida, un perruzo sediento y hambriento y con ganas de meter. Una hoguera crepitante que nadie se va a poder perder, la fiesta pagana en la noche de verano.

10.3.13

Escritos y Paredes: Gran Industria (AMM)


Gran industria

Es una paradoja que en un país con un patrimonio cultural tan formidable como España exista un desprecio tan extendido hacia casi cualquier forma de trabajo intelectual o creativo.
ANTONIO MUÑOZ MOLINA 9 MAR 2013 (Babelia. El País)

Nada como el buen periodismo para abrirle a uno los ojos. El domingo pasado, una excelente crónica de Daniel Verdú sobre lo que él mismo llama “el milagro cultural islandés” me hizo cavilar de nuevo sobre un fenómeno extraordinario, casi inexplicable, que por ser común entre nosotros ya lo damos melancólicamente por supuesto: la paradoja que en un país con un patrimonio cultural tan formidable como España exista un desprecio tan extendido, público y privado, hacia casi cualquier forma de trabajo intelectual o creativo. Es como si en un país rico en minas de oro todo lo relacionado con el oro se considerara deshonroso, y los que trabajaran de algún modo en su extracción o su comercio merecieran el recelo o la abierta agresividad de la ciudadanía, y los poderes públicos, en vez de favorecer esa fuente de riqueza, hicieran lo posible por perjudicarla y arruinarla.

Getty Images
En Islandia, un país con patrimonio monumental inexistente y con una lengua que solo hablan sus nativos, el Gobierno ha decidido que para hacer frente a la crisis ha de redoblarse el apoyo a la educación y a la cultura, porque no hay riqueza más segura que la que proviene del saber, y porque en lo que hay que recortar no es en escuelas ni en museos ni laboratorios de investigación, sino en gastos suntuarios y altos cargos parásitos. España tiene una lengua global de la que provienen, según estudios económicos muy sofisticados, ingresos importantes y millares de puestos de trabajo, pero en algunos de los territorios a los que llegan más directamente esos beneficios el español es mirado como el idioma de los opresores y de los emigrantes pobres. A España, por azares históricos, le ha tocado el gran yacimiento de petróleo o la mina de oro de esa lengua, que a diferencia del petróleo o del oro no se va agotando según rinde beneficios y además no envenena el medio ambiente ni genera las desgracias de corrupción, desigualdad y pobreza que suelen dejar en el mundo esas materias primas. Habría que calcular cuántos buenos puestos de trabajo bien cualificados vienen de la enseñanza del idioma, de la industria del libro de texto y los materiales educativos, del comercio del libro en toda su complicada amplitud.

Pues precisamente en los asuntos relacionados con la difusión del español y la industria editorial nuestros Gobiernos llevan demostrando desde mucho antes de que empezara la crisis una mezcla de ineptitud y negligencia que se acentúa más cuanto más graves son las circunstancias. Estamos en la cola en los índices educativos y de investigación científica, pero somos líderes internacionales en piratería, y Gobiernos nacionales y autonómicos y Ayuntamientos que siguen tirando el dinero en nóminas de enchufados de diverso pelaje y en gastos suntuarios cierran bibliotecas, suprimen compras de revistas culturales y libros, cargan de impuestos letales a industrias ya debilitadas por la crisis y se niegan a defender con valentía y con el peso tajante de la ley el derecho a la supervivencia de los muchos millares de personas que dependen de los trabajos creativos.

El mes pasado tuve ocasión de visitar el pabellón español en la Feria del Libro de Jerusalén. Era digno, pero era mínimo, y hasta el último momento había estado en peligro de no llegar a existir. Lo habían montado entre la Embajada de España y el Instituto Cervantes de Tel Aviv, con el esfuerzo singular de unas cuantas personas, casi sin medios, sin tiempo, con muy pocos libros. El país con una de las industrias editoriales más sólidas del mundo ocupaba un espacio no mayor que el de una pequeña habitación en una de las grandes ferias internacionales de la literatura, y en un país con un número asombroso de lectores, muchos de ellos, por cierto, lectores ávidos en español. En tan poco espacio, y muy honrosamente, había libros en las otras lenguas de España. El tirón de un idioma puede beneficiar a los otros, al atraer hacia ellos un público que de otro modo tal vez no los conocería.

En países como el nuestro a los profesionales de la política nunca les falla el olfato demagógico. El desprecio por el conocimiento y por la imaginación creativa puede ser dañino para la economía, pero no perjudica al dirigente que lo pone en práctica: incluso, bien manejado, le puede deparar algunos réditos populistas. Tan asombrosa como la riqueza del patrimonio cultural español es la indiferencia y hasta la hostilidad de un gran número de españoles hacia él, una vez descontado el orgullo insolente de lo que se considera propio, que en la mayoría de los casos es perfectamente compatible con el abandono y la destrucción. En un país con una de las grandes tradiciones literarias y artísticas más singulares del mundo, quienes se dedican a la literatura o a las artes, la música y el cine incluidos, despiertan un rechazo visceral entre muchos de sus compatriotas. Un escritor o un músico que reivindique a cara descubierta el derecho no ya a vivir de su trabajo, sino a recibir una mínima compensación por parte de quienes, pocos o muchos, disfrutan de él, recibirá comentarios de una agresividad que da escalofríos, bastante mayor que la que provoca un banquero o un político ladrón. La idea de que un libro, una película, un disco, generan un trabajo digno para las personas cualificadas gracias a las cuales llegan a existir, y que ese foco modesto de prosperidad irradia más allá de ellas, no parece que merezca la consideración ni de una parte del público ni de los dirigentes políticos.

Es una tradición antigua. Nuestra literatura clásica está llena de ejemplos de celebración de la ignorancia y sospecha y escarnio del saber. En un entremés de Cervantes un candidato a alcalde de pueblo se enfurece cuando un adversario insinúa, para perjudicarlo, que sabe leer y escribir. Cuando el mayor mérito para prosperar en la vida es la sumisión al poderoso y casi cualquier libro puede contener un indicio de herejía, lo más saludable es la ignorancia. Las personas de mi generación aún recordamos una época en la que se decía de alguien muy necesitado, con menos misericordia que sarcasmo, que pasaba más hambre que un maestro de escuela. Maestros de escuela, profesores de instituto, profesores de música, bibliotecarios, investigadores, músicos de estudio, músicos de orquesta, técnicos de sonido, carpinteros de teatro, restauradores, profesores de español, pierden a diario su trabajo o no llegan nunca a tenerlo, y con cada una de esas capitulaciones individuales se deja un poco más estéril un campo del conocimiento y se extiende la ignorancia, se pierden muchos talentos posibles, se empobrece más todavía un país en el que sigue sin vislumbrarse ninguna esperanza sólida de recuperación.

En tiempos de falsa abundancia estaba socialmente bien visto que los alumnos abandonaran el instituto atraídos por los trabajos de la construcción o el turismo, y los poderes públicos alimentaban el pan y circo demagógico de la gratuidad. Ahora podríamos haber escarmentado y elegir fuentes de prosperidad más dignas y más seguras, basadas en todo lo mejor que tenemos. Pero quién va a tomar ejemplo de Islandia, cuando gracias a nuestra casta política nos han tocado paraísos como Eurovegas.

7.3.13

Alvin Lee, muere un héroe



Qué putada. Todos los guitarristas rockeros del mundo están de duelo. Alvin Lee se ha ido en un almacén de desguace,  que es en lo que se han convertido actualmente los hospitales españoles. Se ha llevado a la eternidad el riff guitarrero más admirado de la historia (el médico no lo sabía), con el que comenzaba su recordado I´m going home en Woodstock y en aquella brutalidad del 68 en su segundo álbum con la Ten Years After llamado Undead. Luego iniciaría así su actuación en el festival de festivales coincidiendo el año con la edición de mi disco favorito de los After, el Sssh. Hay una canción en ése disco, Two Time Mama, que la he llevado toda mi vida en el macuto.
Alvin Lee era de uno esos bluesman blancos que alumbró la importante veta de guitarristas británicos del 64, you know, Eric Clapton, Jeff Beck, Peter Green, Dave Manson, Jimmy Page, Tony Iommi, Ritchie Blackmore... y aún cabalgaba descalzo por algún garito de Estepona dale que te pego a la Gibson. Devoto de los clásicos, como aquellos, Willie Dixon, Sonny Boy Williamson eran sus favoritos (el Spoonfool que tocaba de Dixon no tenía nada que envidiar al de Cream), aunque pronto llenó sus elepés de temas propios convirtiéndose en el puto amo de los escenarios con sus interpretaciones furibundas llenas de entrega, energía y emoción. Aún le recuerdo en The Stomp, otro de los números gordos de su repertorio, abriendo en canal cada teatro, cada grabación en vivo.
Mi amigo Antonio Díaz (La Tribuna de Albacete) debe de estar tocado estos días. Con él hacía planes para verlo en cuanto se calzara la metralleta. Ahora solo me sale ir a Alicante y volver, sin parar de tirarle al casette del coche. Eternity Road.

Tuti Fernández, el alquimista



Tuti Fernández, otro de los nuestros y siempre en el meollo, sin dejar de trabajar, de buscar el efecto, la emoción, de apuntarse a proyectos. El albaceteño en su universo creativo. Lo de Tuti viene de lejos. Su implicación al jazz cada vez es más evidente, pero Tuti se apunta con desparpajo a las fusiones. Ah!, las fusiones... La del jazz con el flamenco, por ejemplo, es su otra debilidad; mi teoría es que o tocas jazz dentro del flamenco o tocas una flamenca en códigos de jazz, pero nunca, nunca (un pellizco, una percusión asociada) llegan a unirse absolutamente (Jorge Pardo me colgaría ya del primer palo). Tuti también lo practica y es loable el intento porque contenta a muchos, pero yo lo prefiero así, transparente y mirando de cara a la mejor de las músicas. Como en Bajo la ciudad, el álbum de Sergio de la Puente, un artesano de las nuevas sensaciones, como las del armenio Ara Malikian, la granadina Orquesta de Cámara Pablo Picasso o como la banda sonora apunto de ser premiada con un Oscar de Hollywood en El lince perdido. Tuti Fernández ha trabajado con él, tiene empaque suficiente para tocar con Sergio y clase por arrobas para ser considerado otro interprete seductor en esas músicas que crean de las nuevas eras. Tuti siempre busca el recoveco y lo va encontrando. Que bien.