28.10.11

Pagar por tocar: el gran timo de los concursos para bandas emergentes

El correo lo recibo de Emilio Avengoza. Como músico debe estar alterado por el contenido de la página de Dani Cabezas, titular del blog 20 Minutos.es. No es para menos. Se trata de una práctica habitual entre los negociantes de la música contemporánea. Con el desparrame sufrido en la SGAE, la caída en picado de la Industria Discográfica y la llegada, hace ya años, no es de ahora, del mundo de la Red de Redes, a todo este tiperío de oportunistas se le tiene que calentar la cabeza para ganar dinero fácil a costa del músico que busca su rincón en la pomada. Mal fario, malas gentes... The Chorizland, en definitiva. Reproduzco el comentario de Cabezas aquí por motivos evidentes:

Ayer, al abrir mi correo, me encontré con un mail del Emergenza Festival, un evento anual a nivel europeo dirigido a bandas que empiezan y buscan salas para tocar. Un amable responsable del festival me escribía, como otros años, para ofrecerme la posibilidad de actuar con mi banda en una pequeña sala madrileña, siempre con el motivador horizonte de poder llegar a la final, que se celebra en la sala Heineken. “Incluso de ganar y tocar en Alemania ante 30.000 personas”, especifica el mail. También se compite por una serie de premios al mejor bajista, guitarrista y batería, y el ganador podrá grabar un disco con un productor de renombre. Hasta aquí, todo correcto y sugerente, salvando el pequeño detalle de que se trata de un concurso y no de un festival, como reza el nombre, con todo lo que eso conlleva. Bien, no es lo mismo, pero vale.


Tras echar un ojo a las bases del concurso, leo que los grupos tienen que abonar una cuota de inscripción de 60 euros. A cambio, la organización, “a diferencia de otros concursos o festivales, te garantiza un mínimo de un concierto (de 30 minutos máximo) en la fase de eliminatorias de vuestra ciudad”. Eso sí, si llegas a la final, te pagan el viaje a Alemania. Llevado por la curiosidad (también por cierta indignación, para qué negarlo) decido llamar al responsable para que me lo explique personalmente. ¿Pagar por tocar un solo concierto? Quizá no lo he entendido bien.


La llamada confirma mis sospechas. Efectivamente, si quiero participar en el Emergenza tengo que pagar. Además, para hacerlo tengo que pasar una criba consistente en una reunión con sus responsables, que comprueban si doy o no el perfil (no quieren bandas con contenido políítico alguno, por ejemplo). Tal y como especifican las bases, las salas no dan a los grupos ni comida ni bebida. “Al menos la entrada será gratuita”, pienso ingenuamente. No lo es. Los conciertos cuestan ocho euros, de los cuales el grupo no ve ni uno. Eso sí, como el público es el que vota en las fases eliminatorias, cada banda tiene que tratar de llevar a todos sus entusiastas amiguetes. Un tocomocho muy bien montado que, si sale bien, resulta de lo más rentable para todas las partes menos para los propios protagonistas del asunto: los músicos.


Me entristece que, bajo la aparentemente noble premisa de promocionar a bandas pequeñas, eventos como este sólo contribuyan a enriquecer a unos pocos espabilados a costa de chavales inexpertos que, llevados por la sana ilusión de tocar, alimentan un peligroso negocio. Y es que conviene recodar, porque a veces se olvida, que cuando tu banda -por muy desconocida que sea-, actúa en una sala, tu trabajo, tu tiempo y tu esfuerzo creativo contribuyen a engordar el bolsillo del dueño de la sala, que cobra tanto por el importe de las entradas como por las consumiciones que abona religiosamente tu entregado público.


Romper con abusos como este, extensible a todos los empresarios que explotan a la juventud con el pretexto de vender experiencia a coste ínfimo, es responsabilidad de todos. Denunciando o simplemente dejando de participar de ello. Porque el arte, aunque algunos piensen lo contrario, también se debe remunerar de manera justa y equitativa.