17.12.09

Jazz contra el aburrimiento




el sonido del Siglo XX en plena crisis económica


El bebop revolucionó el mundo del jazz a principios de los cuarenta del pasado siglo. En los umbrales de su gestación se encontró con la animadversión de crítica y músicos que abominaban de su excesivo individualismo y una no muy disimulada anarquía conceptual. La mayoría de sus inspiradores llegaban expulsados de las orquestas por su exceso de protagonismo o por, más comprensible, brillar musicalmente por encima de los propios directores y artistas principales y dejar a alguno en evidencia. Los boppers se asociaron en los clubes de Harlem, enarbolando la bandera de una incipiente y jazzística black music.


Allí, en Harlem, los músicos boppers practicaban en continuadas jam-sessions sus propios ritmos étnicos haciendo gala de su propia filosofía de vida. Abandonaban precipitadamente la melodía inicial para lanzarse sin paracaídas a un tobogán de notas y acordes que aturdía a los más puritanos y enloquecía a los vividores de la noche y amantes de las nuevas emociones. El bop fue una música fantástica que iniciaría una nueva era en el jazz, la que hoy disfruta cualquier aficionado.


Pero el bop, por su peculiar carácter vanguardista, no terminó de concentrar ése punto de atención y diversión en el público americano (su franquicia inicial) que hasta entonces había disfrutado y bailado con la nueva música del siglo. Su irrupción, en un principio, fue catalogada de atrevida y excesivamente tecnificada y académica.



Resultaba complicado para todos los que perseguían el divertimento sin inconvenientes seguir ésa pista, entender muchos de sus sinuosos vericuetos, lo que a la larga provocaría más de una deserción alegando una pretendida frialdad y una inexcusable dificultad para entenderlo: en realidad, sólo hacía falta seguir la ruta que marcaban los grandes músicos que lo gestaron (Charlie Parker, Dizzy Gillespie, Charles Mingus, Thelonious Monk, Miles Davis) y eso implicaba cierto esfuerzo conceptual, de ahí la gran excusa de quienes, hoy, catalogan al jazz como "música para intelectuales" o "música para entendidos" o, en el mejor de los casos, "me gusta el jazz, pero a veces me cuesta entenderlo". Curioso: al género be-bop se le terminó por juzgar y globalizar equivocadamente por toda una historia musical del siglo XX, la del Jazz, sin tener en cuenta los cientos de raíces que la terminología abarca. Cuestión de calificaciones gratuitas, poco reflexionadas. En muchos casos, excusas por desconocimiento.


El be-bop es apasionante, gratificante, bello, emocionante, magnífico en todas sus vertientes y ángulos (Hard-bop, el Cool, el West Coast, el Free Jazz), pero también lo es el Swing (Benny Goodman, Fats Waller, Glenn Miller), el Dixie (Sidney Bechet, King Oliver), el Blues (prácticamente todos los músicos de jazz lo interpretaron, además de Robert Johnson, Elmore James o Muddy Waters), el Boogie (Lucky Millender, Louis Jordan), no digamos el sonido de las grandes orquestas (Duke Ellington, Count Basie), el Ragtime de Scott Joplin y todos los que se sirvieron del cine para encumbrarlo y propagarlo (Leonard Berstein, Cole Porter,), los baladistas que acariciaban nuestros oídos, bien llamados crooners (trovadores), los auténticos hombres espectáculo (showmen) como Cab Calloway o Al Jonson y hasta aquellos dueños de lo imposible como Bill Robinson o los Hermanos Nicholas, cuyo sentido del ritmo traspasaba las fronteras de lo humano. El baile, la danza, precisamente, es también un registro de fábrica. En plena época de la depresión económica las pandillas salían a bailar la música de jazz en directo. Competían por ello y los primeros aparatos radiofónicos echaban chispas en los hogares americanos con las orquestas de Benny Goodman, Fletcher Henderson o Harry James, entonces con un joven vocalista llamado Frank Sinatra. Eran los sonidos de un siglo metido en problemas y eran divertidos.


Pero nadie tan divertido como Louis Armstrong. Nadie tan genuinamente jazzísitco como Pops. Nadie tan versátil y exquisito como Satchmo (abreviatura de Satchmouth: "boca de bolsa", literal). Armstrong transformó el jazz desde su condición inicial de música de baile con raíces folclóricas en una forma de arte popular y él fue el rey de esa filigrana artística. Satchmo chupaba cámara, llamaba la atención porque reunía todo lo que un músico de jazz debía tener: un enorme talento, swing, inspiración, destreza, presencia y una extraordinaria habilidad para conectar con el público sin dejar de tocar el cielo cada vez que interpretaba. Al final toda su obra quedo convertida en el verdadero símbolo de la creatividad del negro americano.

 
Hoy, ya Siglo XXI, aquella tradición a la que apelaron desde un principio Armstrong o Scott Joplin también luce contra el hastío y sus músicas populares forman parte del repertorio jazzístico, incluso en algún caso haciendo connivencias con el "embarazoso" bebop. Sus orígenes antillanos, caribeños, centroeuropeos, descendientes de colonos franceses, flamencos, brasileños, todos deudores de la madre África, pueden escucharse en cualquier gran festival del género y el Jazz vuelve a llenar recintos y teatros como ocurriera en aquellos malditos años de la depresión de 1929. Malos tiempos para la lírica económica, buenos tiempos para el Jazz: no falla.




El Brillo de los Días. Publicado en el diario La Verdad de Albacete. 29/3/2009

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias intiresnuyu iformatsiyu