13.7.16

Count Basie, la mirada del Conde

25 años de la muerte de uno de los grandes intérpretes del swing



Siempre me cautivó su mirada, hundida en el objetivo de la cámara que le enfocaba, o como si le acabarás de conocer y te escrutara directamente los ojos, sonriendo, exhibiendo su dentadura blanca intachable y la cara mofletuda de hombre tranquilo y cercano con aquel bigotón chicano que utilizan los negros que buscan renombre. Sus manos mientras, aparentemente quietas, inmóviles, dibujaban escalas inverosímiles en el tradicional Steinway a través de unos dedos gorditos llenos de nervios, llenos de swing. Manoseaba por ejemplo Air Mail Special, un standar, una bagatela, un juego divertido para él a sabiendas de que aquella velada la ibas a disfrutar como pocas cosas se disfrutan en la vida: "Es la atmósfera de otra persona la que te lleva. Siempre es emocionante y conmueve a quien escucha a tu lado".
Count Basie era el swing, ya entonces practicado por muchos pero llevado a términos celestiales cuando El Conde dirigía su orquesta. William James Basie, nacido en New Jersey en 1904, fue un pianista lacónico y tremendamente rítmico cuya característica era emplear siempre el mínimo número de notas posible. Falleció mientras dormía, lacónico dije, el 26 de abril de 1984.



Los músicos

Desde los últimos veinticinco años le recuerdo en aquella fantasmagórica sesión para un canal de la televisión neoyorquina en 1957. Fantasmas del deleite lo que allí se barruntó; un ejército de almas inmortales, de ésas cuyos amplios velones te trajinan directamente a la eternidad: la santa compaña del jazz. No me importaría prescindir del rito circular que evitaría estar con ellos para siempre...
Aquella tarde caída, Gotham visitaba la City, estaban casi todos: Thelonious Monk y su memoria de la última noche en el Milton Club (apoyado en el frontal del piano Basie le observaba complacido, impagable el detalle), Jimmy Rushing, el gordo vocalista que inventó la voz del blues, Jimmy Giuffre y su inolvidable balada del ferrocarril sobre el río, Gerry Mulligan con aquella delgadez extrema y patilarga, Ben Webster y sus ojeras en las ojeras, Roy Eldridge soplando al infinito, Coleman Hawkins, recogiendo las notas perdidas, Lester Young, creando dibujos del averno y mirando por si acaso a su chica preferida, Billie..., sí también estaba Billie Holliday. En Dickie´s Dream, Billie se acerca al piano de Basie y le entretiene mientras éste sin mirar al teclado (que sigue vomitando swing) sonríe su conversación. Todos jalean al trombonista Vic Dickenson. En ése momento no quiero estar en otro lugar. "Siempre el blues; muy corto, doce compases, de acuerdo a como se siente uno. Puedes sentirte feliz y aún así tocar un gran blues", comentaría el Conde.



La historia

Imagino luego decenas de momentos como aquella tarde fantasmal y entonces me remito a los discos. La discografía de Count Basie es amplísima y está toda en el jazz: jazz moderno, jazz tradicional y todo el swing del viejo siglo. Es una mezcla de felicidad y tristeza, unidas de alguna manera caprichosa y voluntaria. Trato de dejar la última palabra a la emoción y al curso de las cosas. A la historia: Basie perteneció en sus inicios a aquella corte aristocrática denominada ya por la primera crítica como "los barones del jazz", ya existían "el Rey Louis" (el gorila del Libro de la Selva así se reconoce) y el magnífico y elegante Duque llegado del Este, Edward Kennedy Ellington. William Basie sería vitoreado y nombrado como El Conde (Count) poco después por todos. Algo tuvo que ver en semejante titulación el apoteósico triunfo de One O´Clock Jump en las listas de éxito americanas (1937), cosa francamente inusual viniendo de un negro. Count Basie había traspasado las fronteras del vaudevil de Kansas, sus trabajos como banda sonora de cine mudo y las retransmisiones radiofónicas de sus conciertos en el Reno Club.

Los conciertos en vivo por la radio..., se llevaba mucho aquello. Precisamente fue lo que le haría conocido en muchos estados de la Unión y lo que hiciera posible que el productor John Hammond le escuchara mientras viajaba por alguna perdida e interminable ruta del sur. Con Hammond como manager llegaría el swing, la gran orquesta y el retorno a Nueva York, nido de avispas aquellos años revoloteando todas, y todos, en torno al mejor jazz que jamás se haya escuchado. Con Hammond llegaría su exhaustiva discografía y sus encuentros con Ella Fitzgerald, Billie Holliday, Mills Brothers hasta el contrato con Reprise y su exquisita y prolífica reunión con Frank Sinatra. Los sesenta fueron para las giras internacionales (April in Paris), Jackie Wilson, Sammy Davis jr. y más Sinatra; los setenta para Pablo Records y una amplia gama de grabaciones con premio: los Grammys. Uno de aquellos se lo dedicaría a The Beatles, pero créanme, poca cosa, ópera bufa comparada con la obra de unos y otro. En los ochenta descansó para siempre. El corazón le avisó duramente en 1976 y ocho años después diría adiós sin rechistar mientras soñaba con la noche de la televisión neoyorquina de 1957. Esperaba ya la Santa Compaña.



El Brillo de los Días. Publicado en el diario La Verdad de Albacete. 26/4/2009.

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